domingo, 11 de marzo de 2012

El auténtico whisky marroquí

Puede parecer curioso para un país tan caluroso, pero la bebida nacional de Marruecos se sirve hirviendo y los que somos delicados hasta tenemos que esperar un rato para poder coger el vaso sin quemarnos. Sentarse en una terraza a observar el paso de la vida con un té cargado de hojas de menta es uno de los deportes nacionales de los marroquíes. Además, las calles de las ciudades tampoco se entienden sin el olor a la hierbabuena que, extendida en sacos, venden cada día las mujeres que bajan de la cordillera del Rif para ganarse la vida.

Vendedora con el sombrero típico rifeño
















Vendedora con el sombrero y el chal típico rifeño


















El té entró por primera vez en Marruecos en el siglo XIX, dentro de un regalo institucional y comercial otorgado por la realeza inglesa a las clases más altas del país. A pesar de este comienzo tan cercano en el tiempo y tan selecto, en un lugar en que el alcohol estaba prohibido pronto triunfó como la bebida social por excelencia. Para adaptarlo a su gusto le añadieron mucho azúcar y, para hacerlo más refrescante, las hojas de menta que les sobraban en las montañas. Hoy en día normalmente te lo ponen acompañado de un vaso de agua para refrigerar después de tomártelo y, en restaurantes, con azúcar aparte para que decidas si quieres hacerlo un poco más dulce aún. Además, si se sirve bien, el primer vaso se devuelve a la tetera para agitar el té y que el azúcar termine de mezclarse del todo. 

Esta lleva el traje completo: sombrero, chal y falda a rayas
















Té con un vaso de agua en el Café Astoria de Tánger


















Durante un viaje por Marruecos surgen muchas ocasiones para tomarse un vaso de té. Puede que te ofrezcan uno para regatear si quieres comprarte una alfombra en un bazar o mientras esperas si has quedado con alguien. En las comidas normalmente se toma antes, como aperitivo, o después, como postre o sobremesa. Como ellos dicen, a falta de alcohol es el auténtico whisky marroquí. Y si la oportunidad no surge, siempre queda unirse a ellos en una terraza y contemplar el panorama mientras el vaso deja de arder y la vida pasa. Ellos te lo recuerdan siempre que pueden: "prisa mata". 

Azúcar a dolor




lunes, 5 de marzo de 2012

Tánger: la vida en la medina

Hoy en día Tánger se ha convertido en una ciudad moderna y dinámica. Su centro económico y financiero es la plaza más importante de Marruecos después de la poderosa Casablanca y en torno a él se han ido desarrollando barrios residenciales modernos tan asépticos como los de cualquier ciudad europea. Las calles son amplias, las aceras están bien pavimentadas y en el asfalto la circulación es fluida, incluso ordenada para tratarse de Marruecos. 

Sin embargo, frente al puerto, entre los muros de la medina aún persiste una forma de vida mucho más tradicional y extremadamente diferente a la del resto de la ciudad. Mientras los tangerinos con posibilidades se iban desplazando a los barrios del extrarradio, los más pobres y sobre todo los inmigrantes que atrajo la ciudad desde el interior del país ocupaban las casas pequeñas e incómodas de la ciudad vieja. La complicada logística de sus intrincados callejones y el ajetreo de las cuestas contrasta con la tranquilidad y comodidad de los nuevos barrios.

Vendedora de hierbabuena para el té marroquí
















Y aquí las hojas de hierbabuena dentro del vaso


















El contraste es muy acusado y se palpa a primera vista. Pequeños y rudimentarios establecimientos familiares por restaurantes de comida rápida y sofisticados cafés con wifi. Carromatos que aprovechan el impulso de las cuestas hacia abajo para riesgo de los transeúntes por taxis Dacia y camiones y furgonetas. Mercados al aire libre por tiendas de ultramarinos con alimentos envasados. En definitiva, el futuro por el pasado.

El transporte es duro en la medina

















Las diferencias alcanzan incluso a la indumentaria. Mientras que las chicas de la zona nueva visten ropa occidental complementada (y a veces ya ni eso) con pañuelos fashion para cubrir la cabeza, en la medina siguen muy presentes las prendas tradicionales. Como todo lo que tiene que ver con la mentalidad, las cosas cambian poco a poco. Eso sí, la gran mayoría de la población masculina de uno y otro lado sí que ha adoptado ya la vestimenta occidental.

La vestimenta cambia generación a generación

















La vida en la medina puede verse a través de sus elementos más distintivos. La mañana comienza yendo al horno a por pan para el desayuno y por agua a la fuente. Por cierto, el pan marroquí, plano y redondo, está buenísimo, ya sea con mermelada o con una tortilla francesa.

Horneando pan a primera hora (visto desde la calle)
















La chimenea del horno, un tanto quemada
















La primera tarea de la mañana















Fuente en una pequeña plaza de la medina




















La religión está presente en casi todo y, por supuesto, en las escuelas se enseña la ley islámica. Los niños y niñas estudian separados y suben hacia lo más alto de la colina con sus uniformes azules, en grupos o acompañados por sus padres. Por su parte, los minaretes de las mezquitas dominan la colina de la medina y reúnen a los musulmanes varones en los rezos colectivos.

La escuela femenina de la kasbah de Tánger








Cosas que dan miedo cuando una va a clase
























La Gran Mezquita es la más importante de Tánger
Una de las cuatro mezquitas de la medina



































Por último y no menos importante están los hammams, baños turcos árabes que tradicionalmente constituían el núcleo de la vida social en Marruecos y que se resisten a perder importancia dentro del estilo de vida marroquí. Normalmente abren a horas distintas para hombres y para mujeres, aunque algunos son sólo para uno de los dos sexos. 

Hammam y cómo no, una parabólica







Entrada a un hammam en la medina de Tánger



























domingo, 22 de enero de 2012

Viaje al norte de Marruecos (I): Tánger, la ciudad de las parabólicas


Ver Tánger, día 1 en un mapa más grande

“Esta es la Mezquita de la kasbah. Es muy original porque tiene un minarete de seis lados y además es muy importante, porque es la mezquita más antigua de todo Marruecos”. El hombre de unos cincuenta años se llamaba Ahmed y escudriñaba cada uno de mis gestos mientras pretendía ser el mayor experto del mundo en la medina de Tánger (la parte antigua, peatonal y amurallada de la ciudad). Poco le importaba que el minarete fuese claramente octogonal o que la mezquita se hubiera construido en el siglo XVII. Estaba interpretando su papel y lo hacía con la seguridad que sólo da la experiencia. Para cualquier pregunta acerca de la ciudad siempre tenía una respuesta convincente, cargada de datos que muchas veces eran ciertos y otras, simplemente, lo parecían.

“La Medina Pastor está por aquí y es muto bonita. Hay cafés y tiendas, muto bonitos”. No sé cómo se llamaba el chico de unos quince años que intentaba convencerme de las bondades de la ciudad que estábamos recorriendo, pero tampoco apartaba la vista de mi cara mientras me contaba lo muto bonito que era todo en Tánger. Y tampoco sé por qué se refería una y otra vez como medina a la arteria comercial de la ciudad nueva, el Boulevard Pasteur. Aunque estaba interpretando el mismo papel que Ahmed, esquivaba cualquier pregunta apartando la mirada y dando el único dato que era capaz de ofrecer. "Sí, muto bonito, muto bonito". Su propósito era el mismo, ganarse unos dirhams a costa del visitante, pero la forma de llevarlo a cabo era totalmente distinta.  Quizá la diferencia entre uno y otro no fuese más que la edad o quizá sus oportunidades no hubiesen sido las mismas.

Parabólicas en todas partes

















El avión debería haber llegado desde Madrid al pequeño Aeropuerto Ibn Battuta a las 2 de la tarde. Sin embargo, haciendo honor a la tan alardeada publicidad de la compañía lo hizo con 15 minutos de adelanto. La inevitable campanilla de Ryanair fue el primer sonido que los pasajeros escuchamos en tierras africanas y el todavía caluroso Tánger del mes de octubre fue un soplo de aire fresco para los que salíamos de la viciada cabina del avión.

Después de recorrer a pie el trozo de pista que separaba el avión de la puerta de la terminal aún quedaba dejar constancia de las intenciones en el país en el formulario de entrada y, en mi caso, pedirle 110 euros en dirhams a la chica de ojos enormes que atendía la oficina de cambio del aeropuerto. Los pasajeros del vuelo de Ryanair éramos los únicos que estábamos en el complejo en aquel momento y todo esto no llevó más que unos minutos. La terminal de Tánger, inaugurada en 2008, apenas tiene una docena de vuelos al día, la mayoría de ellos por la mañana y predominando los low cost fuertemente subvencionados por el Estado marroquí, que intenta potenciar la ciudad del Estrecho como destino turístico de primer orden.

Bajando hacia el Zoco Grande

















La tranquilidad que reinaba en la terminal se extendía también afuera. Enfrente de la puerta de salida, los conductores de los taxis mataban el rato como podían junto a sus correspondientes Mercedes color crema. Al otro lado de la carretera, en una pequeña explanada, se acumulaban más de estos vehículos, esperando su turno para ocupar alguna de las plazas junto a la terminal. Los alrededores del Aeropuerto Ibn Battuta, a unos 11 km al suroeste de la ciudad, contrastaban con el moderado ajetreo que después se palparía en la ciudad.

Antiguo cementerio musulmán junto a la medina

















 "Al Hotel Continental, por favor". El taxista me miró con cara de disgusto. "...150 dirham. Hotel dentro medina, difícil llegar. Fuera media sólo 100, tarifa estándar, no problema". Para empezar había dado con uno de los pocos conductores de taxi legales de la ciudad, ya que efectivamente 100 dirham (1 euro equivale aproximadamente a 11 dirham, 10 para hacer las cuentas más sencillas) es la tarifa estándar oficial desde el aeropuerto hasta la ciudad, aunque por si cuela la cantidad pedida suele ser superior. Pero al parecer la localización del hotel, el único dentro de la medina, incomodaba al taxista, así que le pedí que me llevase nada más hasta el Zoco Grande, la plaza que sirve de conexión entre la ciudad medieval y el Tánger que creció extramuros en los siglos XIX y XX. A fin de cuentas, no podía ser muy difícil llegar andando desde allí.

No todos los taxistas tienen tantos escrúpulos con la medina

















El trayecto duró unos 15 minutos. El terreno era árido y a los lados se iban viendo pueblos blancos de casas apiñadas, coronado cada uno de ellos por el minarete de su respectiva mezquita. Al final, el taxi se detuvo en el Zoco Grande, junto a la puerta monumental de entrada a la medina. La Bab-el-Fahs o puerta de Fez se llama así por ser el inicio del viejo camino a Fez y es una de las imágenes más típicas de Tánger. Pero el primer error fue entrar a la medina precisamente por ella. De haberlo hecho por Bab Dar Dbagh, la puerta de los curtidores, que es la siguiente caminando en dirección al mar, no habría tenido pérdida. Solamente se hubiera tratado de continuar todo el camino de frente, subiendo hacia arriba y siguiendo los grandes carteles colocados por el propio Hotel Continental. Pero el urbanismo de la medina no entiende de lógicas y pretender recorrer esa pequeña distancia por el interior era totalmente imposible.

Bab-el-Fahs

















Casi por definición, las medinas de las ciudades marroquíes son espacios caóticos en su trazado. Las calles, por lo general estrechas, avanzan sin trayectoria definida y son poco más que el espacio que a duras penas fue quedando libre entre las viviendas que se iban levantando a ambos lados. Construir una nueva casa cerca de la de los progenitores al formar una familia o aprovechar los muros de dos edificios situados uno enfrente del otro era más importante que ir formando manzanas y barrios ordenados. No había reglas y el resultado es que para los forasteros se hace muy complicado transitarlas sin un acompañante experto. De ahí que hayan proliferado, sobre todo en las más grandes y turísticas como las de Fez y Marrakesh, este tipo de falsos guías que aprovechan la más mínima duda del viajero para echarle una mano primero y después ponérsela delante esperando una propina.

Bab Dar Dbagh

















Sin embargo, en Tánger no existe agobio. Después de una media hora dando vueltas al final tuve que pedir indicaciones para poder llegar hasta el hotel. Solamente un espontáneo trató de hacerme de guía cuando ya estaba llegando y el portero se apresuró a ahuyentarle cuando me gritaba que me esperaría fuera del hotel para enseñarme la ciudad cuando saliera.

Llegada al Hotel Continental

















El Hotel Continental, inaugurado en 1865, fue el primero de la ciudad y durante muchos años fue uno de los símbolos del Tánger internacional y glamuroso de la primera mitad del siglo XX. Los azulejos, fuentes y sofás de sus salones impresionan y merece la pena alojarse allí para sentirse como Churchill o Gaudí en sus tiempos. Después de atravesar un período de dejadez y casi abandono, en la actualidad una nueva dirección está intentando relanzarlo y parece que lo está consiguiendo, a precios asequibles. Aunque mi habitación, poco más grande que la propia cama y con algo de suciedad y hormigas, seguro que no tuvo nada que ver con la de Churchill, las vistas del puerto y de la medina desde la pequeña terraza, con mesa y sillas, lo compensaban con creces.

La medina de Tánger desde la terraza de mi habitación

















El botones (algunas cosas nunca cambian) me llevó la mochila a la habitación y después de dejar el equipaje volví a salir para continuar mi toma de contacto con la ciudad. Caminaba sin rumbo y como no podía ser de otra manera a los diez minutos volvía a no saber dónde estaba. Al final me dejé guiar por los pasos de un chaval que se empeñaba en llevarme hasta la Medina Pastor, un lugar en el que al parecer todo era muto bonito. El chico tenía aprendidas todas las lecciones del buen "guía" marroquí: rodear para estar el máximo tiempo posible con el cliente (más o menos la cantidad que piden al final viene a ser por el tiempo que están contigo), que no falte la conversación ni un segundo y ser complaciente en todo lo posible. No obstante, se le notaba forzado y todo el rato, por falta de conocimientos o vocabulario, contaba las mismas cosas.

Zona nueva de Tánger

















Después de deshacerme del chaval previa propina, ya en el Boulevard Pasteur, regresé a la medina, encontrándome de camino con lo que queda de lo que un día fue el Gran Teatro Cervantes, que aún hoy sigue siendo propiedad del Estado español. Inaugurado en 1913, durante la primera mitad del siglo XX fue el mayor teatro del norte de África. Los cerca de 60 000 españoles que llegaron a vivir en el Tánger internacional acudieron durante décadas para ver a las principales estrellas de la España de la época: Lola Flores, Antonio Machín o Enrico Caruso, entre otros. Cuando el Estado marroquí volvió a hacerse cargo de la ciudad en 1960, el teatro fue abandonado y así ha llegado hasta nuestros días. En 2007 el Gobierno español tuvo que invertir cerca de 100 000 euros en reformas, estrictamente para evitar su desplome, pero el interior continúa estando completamente en ruinas. La calle en que se encuentra sigue llamándose Esperanza Orellana, la mujer en cuyo homenaje fue construido el teatro por parte del burgués tangerino-español Manuel Peña.

Calle Esperanza Orellana en Tánger

Gran Teatro Cervantes































Aunque eran poco más de las seis de la tarde, para entonces ya estaba anocheciendo y decidí volver al hotel. Esta vez conociendo ya el camino no fue difícil y después de un rato me animé a volver a salir para dar una vuelta nocturna. En el Zoco Grande se me acercó un hombre que decía ser de la oficina de turismo de Tánger y que me ofrecía enseñarme un "mercado bereber" que sólo se celebraba los martes. Como tampoco tenía nada mejor que hacer acepté y terminé siguiéndole los pasos por toda la medina. "¿Y el mercado bereber?" "Sí, ya estamos llegando". Ahmed me daba todos los detalles que conocía acerca de la historia de Tánger en perfecto castellano, tapando los huecos cuando era necesario con datos inventados eso sí, pero con unos conocimientos que sin duda fueron interesantes. El recorrido incluyó la cena en un restaurante orientado a turistas, con una especie de menú degustación a precio desorbitado (para Marruecos) compuesto por harira (sopa), pastela (un exquisito pastel de pollo, almendras y canela) y un tajín de pollo un tanto pobre.

El Puerto de Tánger desde el Hotel Continental


Después de más de una hora, al final el mercado bereber resultó ser una tienda más de artesanía orientada a  los turistas. Tuve que rechazar alfombras y chilabas mientras Ahmed se quedaba expectante en un rincón. Al ver que la suerte de por vida que me garantizaban los símbolos bereberes de las alfombras no me convencía, el propietario de la tienda me pidió que me fuese de malos modos y me replicó que a qué iba a Marruecos si no era a comprar. Finalmente Ahmed me acompañó de vuelta hasta al hotel, mientras ponía en valor su propia labor. "Para hacer esto hay que saber mucho, hay que hablar muchos idiomas y saber historia, geografía... Hay que ser amable para no intimidar y conocer muy bien la ciudad". En ese momento la excusa de la oficina de turismo ya había caído en el olvido y Ahmed intentaba maximizar el beneficio que iba a obtener. Aunque nadie le había pedido ningún tipo de servicio, la propina va implícita en las relaciones entre locales y extranjeros y más vale tener cambio para no tener que desprenderse de un billete demasiado alto.

Tánger nocturno

viernes, 13 de enero de 2012

Realidad o sueño: la Casa do Penedo

Era la segunda vez que íbamos por la misma carretera, por llamarla de algún modo, pero ahora parecía que sí íbamos a llegar hasta el final. Aunque habíamos ido casi a la misma hora, la oscuridad que unos días antes apenas nos dejaba avanzar era ahora un juego de nubes y claros entre los que se recortaba la luz del atardecer. La espesa niebla que había cubierto completamente las montañas había subido de cota y dejaba ahora ver el regimiento de molinos eólicos que creaba un espectáculo casi fantasmal. Cinco días antes el único testimonio que habíamos tenido de su presencia era el parpadeo de la luz roja que, junto al eje de la hélice, atravesaba la niebla cuando estábamos a pocos metros de alguno de ellos. Porque ahí, en la parte alta de la Serra de Fafe, lo difícil era no estar cerca de alguno de estos gigantes.

Piscina de la Casa do Penedo

















Todo había surgido por casualidad unos meses antes, buscando información sobre la zona de Portugal a la que me había llevado un viaje de trabajo. El distrito de Braga (Braga, Barcelos, Guimarães, Fafe...) parecía interesante, pero lo que más nos llamaba la atención era una curiosa casa que parecía estar entre Celorico de Basto y Fafe. Sólo algunos blogs se hacían eco de su existencia y casualmente aparecían en todos ellos  sólo las dos o tres mismas fotos. Estaban bastante procesadas con Photoshop, por lo que muchos  internautas especulaban con que todo era el truco de un hábil diseñador gráfico. Sin embargo, a la vez, supuestos visitantes habían ido colgando diferentes coordenadas GPS que debían servir para poder llegar hasta el remoto lugar. Parecía que era una pista de tierra la que llevaba hasta la casa, una pista cuya función principal era servir de acceso para el mantenimiento de las torres eólicas.

Pista de tierra que llega hasta la Casa do Penedo

















Cruzando Portugal de este a oeste por la autopista A7, para llegar a la Casa do Penedo se debe tomar la salida de Celorico y Mondim de Basto. Sin embargo, este es sólo el principio del camino. Desde ahí resta todavía una media hora de vía rural de montaña portuguesa. La carretera sube, baja y luego vuelve a subir sin dar indicios de si nos estamos o no aproximando. Los vehículos extranjeros probablemente no son muy habituales en la zona (tampoco el mantenimiento del asfalto a juzgar por las grietas) y los vecinos de los pequeños pueblecitos, que parecen anclados en el pasado, nos miran divertidos. No son muy distintos de los asturianos del medio rural. Llegado el momento, escuchamos disparos muy cerca de nosotros. En la finca que queda a nuestra derecha un grupo de adolescentes, acompañado de dos adultos, está realizando prácticas de tiro. En ese momento aún no podemos estar seguros de que vamos a llegar a la casa. No por los disparos, sino por la incertidumbre de si el lugar existe o no y por las dudas que provoca en nosotros el no haber sido capaces de llegar la primera vez.

Vista trasera de la Casa do Penedo

















El motivo de la falta de éxito del primer intento había sido probablemente la falta de visibilidad, pero por si acaso ahora estamos siguiendo unas coordenadas diferentes. Antes de que quepa dudar de ellas, el paisaje se vuelve inhóspito, alejado del tránsito habitual. Las torres eólicas que veíamos diminutas desde la autopista comienzan a aparecer ante nuestros ojos, cada vez más y más grandes. Además, la cresta de la sierra está salpicada por grandes piedras con las mismas características que las que dan forma a la Casa do Penedo. A la fuerza nos tenemos que estar acercando, aunque a esta zona también habíamos llegado en el viaje de ida a Portugal. Al final, la carretera muere ante nosotros en una pista de tierra que a partir de ese punto se eleva siguiendo una brusca pendiente. Estamos subiendo ya a la parte más alta de la sierra y ahí, a nuestra izquierda, está la casa. Al principio parece una más de las peñas, pero a medida que se va agrandando ante nuestros ojos no cabe duda. La Casa do Penedo existe y estamos junto a ella. Dejamos nuestro coche en medio de la pista y subimos la pequeña loma que nos separa del lugar donde se encuentra. Descubrimos que una pareja se encuentra allí, visitándola también. Toca volver a bajar para apartar el coche o no podrán pasar al irse. Durante los cincuenta minutos que pasamos en el lugar pasará por allí otro par de coches más, sin que ninguno de ellos se detenga.

La Casa do Penedo desde la pista de tierra

















Aun recordado desde la distancia que da el tiempo, a nosotros todo el lugar nos pareció especial, como una ilusión. El cielo estaba parcialmente cubierto y, a menos de una hora del atardecer, la distribución de las nubes daba lugar a un juego de luces y sombras muy especial. El ejército de torres eólicas incluía decenas y decenas de generadores y era la única señal de civilización ajena a la casa. El sonido característico del giro de los álabes parecía de otro planeta. En el llamado Parque Eólico de las Terras Altas de Fafe hay un total de 53 generadores, de 67 metros de altura cada uno. En conjunto, son capaces de producir energía para abastecer a unos 75 000 de los hogares que se encuentran abajo, aparentemente tan lejos. Además, este es sólo uno de los muchos parques eólicos que hay en los alrededores de Fafe, muestra del hecho de que Portugal es, a pesar de su tamaño, uno de los diez países del mundo con mayor potencia eólica instalada.

Uno de los generadores visto desde la Casa do Penedo















Lateral de la Casa do Penedo


















En cuanto a la Casa do Penedo, desde fuera parece muy pequeña, casi la vivienda de un hobbit. O la casa de los Flinstones (Picapiedra), el nombre por el que ha terminado por popularizarse en internet. La peculiar vivienda fue levantada entre 1972 y 1974 por el padre de Vítor Rodrigues, su propietario actual.  La idea surgió al ver las cuatro piedras (penedos) durante una caminata por la sierra. A partir de ese momento decidió comprar los terrenos adyacentes y más tarde obtuvo las licencias pertinentes para la construcción. Durante décadas, ajena al resto del mundo, la vivienda fue utilizada por la familia como segunda residencia en verano, navidad y semana santa. Pero la tranquilidad finalizó para la Casa do Penedo cuando a partir de 2007 empezó a extenderse el rumor de su existencia a través de internet. Desde entonces el lugar se ha llenado de curiosos como nosotros, sobre todo durante los fines de semana, y la casa ha llegado a sufrir actos vandálicos. Como consecuencia de los mismos, Vítor ha tomado algunas medidas de seguridad: sustituir la puerta original por una metálica y cambiar los cristales de las ventanas por unos nuevos a prueba de balas. Además, en la actualidad las ventanas están tapadas por dentro, para mantener dentro de lo posible la privacidad del interior.

Parte delantera de la Casa do Penedo

















No obstante, gracias a este vídeo de la RTP en que Vítor nos enseña su curiosa propiedad podemos saber lo que se esconde detrás de las paredes y de los penedos. A simple vista, la casa es frugal pero acogedora y encierra todo un ejemplo de aprovechamiento del espacio. Incluso tiene un pequeño altillo de madera, material que predomina en todo el mobiliario. En cuanto a las paredes, están desnudas y dejan ver la roca de los pedruscos. Por supuesto, carece de electricidad y de agua corriente y la iluminación corre a cargo de velas (paradójico para estar situada en medio de un gran parque eólico). En su fachada, además de los diez ventanucos, cuya distribución no sigue ningún patrón, destacan dos elementos: una chimenea y una especie de canalización cuya función no soy capaz de adivinar (pero a lo mejor soy yo que estoy muy espeso). Y por último, en las cercanías de la casa hay una pequeña piscina que fue construida entre las rocas por el padre de Vítor Rodrigues.

Chimenea y elemento de la fachada no identificado

Chimenea de la Casa do Penedo

































Para terminar por fin, voy a dejar yo también mis propias coordenadas GPS del lugar (uno, que es fan de Google Maps). Visto ahora todo sobre el mapa llegar parece mucho más sencillo, incluso se ve claramente la piscina de la casa un poco más al sur de la misma y el punto en que la carretera deja paso a la pista de tierra. Aun así no estoy seguro de si sería capaz de volver a llegar hasta la casa. Quién sabe, quizá todo fuera un sueño después de todo.



Adiós a la Casa do Penedo

domingo, 8 de enero de 2012

Recuerdos de Banduxu (Bandujo)

El tiempo no había sido una ilusión. Había corrido más que él mismo, aunque hubiera pretendido no darse cuenta.

Cuando quiso volver, ya no quedaba nada.




















Más sobre la vieja aldea medieval de Banduxu (Bandujo si prefieren el castellano) en La aldea dormida: A Banduxu (Bandujo) por el Camín Real.