“Esta es la Mezquita de la kasbah.
Es muy original porque tiene un minarete de seis lados y además es muy importante, porque es la mezquita más
antigua de todo Marruecos”. El hombre de unos cincuenta años se llamaba Ahmed y escudriñaba cada uno de mis gestos mientras pretendía ser el mayor
experto del mundo en la medina de Tánger (la parte antigua, peatonal y amurallada de la ciudad). Poco le importaba que el minarete
fuese claramente octogonal o que la mezquita se hubiera construido en el
siglo XVII. Estaba interpretando su papel y lo hacía con la seguridad que sólo da la experiencia. Para cualquier pregunta acerca de la ciudad siempre tenía una
respuesta convincente, cargada de datos que muchas veces eran ciertos y otras, simplemente, lo parecían.
“La
Medina Pastor está por aquí y es
muto bonita. Hay cafés y tiendas,
muto bonitos”. No sé cómo se llamaba el chico de unos quince años que intentaba
convencerme de las bondades de la ciudad que estábamos recorriendo, pero
tampoco apartaba la vista de mi cara mientras me contaba lo
muto bonito que era todo en Tánger. Y tampoco
sé por qué se refería una y otra vez como medina a la arteria comercial de la ciudad nueva,
el Boulevard Pasteur. Aunque estaba interpretando el mismo papel que Ahmed, esquivaba cualquier pregunta apartando la mirada y dando el único dato que era capaz de ofrecer. "Sí,
muto bonito, muto bonito". Su propósito era el mismo, ganarse unos dirhams a costa del visitante, pero la forma de llevarlo a cabo era totalmente distinta. Quizá la diferencia entre uno y otro no fuese más que la edad o quizá sus oportunidades no hubiesen sido las mismas.
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Parabólicas en todas partes |
El avión debería haber llegado desde Madrid al pequeño Aeropuerto Ibn Battuta a las 2 de la tarde. Sin embargo, haciendo honor a la tan alardeada publicidad de la compañía lo hizo con 15 minutos de adelanto. La inevitable campanilla de Ryanair fue el primer sonido que los pasajeros escuchamos en tierras africanas y el todavía caluroso Tánger del mes de octubre fue un soplo de aire fresco para los que salíamos de la viciada cabina del avión.
Después de recorrer a pie el trozo de pista que separaba el avión de la puerta de la terminal aún quedaba dejar constancia de las intenciones en el país en el formulario de entrada y, en mi caso, pedirle 110 euros en dirhams a la chica de ojos enormes que atendía la oficina de cambio del aeropuerto. Los pasajeros del vuelo de Ryanair éramos los únicos que estábamos en el complejo en aquel momento y todo esto no llevó más que unos minutos. La terminal de Tánger, inaugurada en 2008, apenas tiene una docena de vuelos al día, la mayoría de ellos por la mañana y predominando los low cost fuertemente subvencionados por el Estado marroquí, que intenta potenciar la ciudad del Estrecho como destino turístico de primer orden.
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Bajando hacia el Zoco Grande |
La tranquilidad que reinaba en la terminal se extendía también afuera. Enfrente de la puerta de salida, los conductores de los taxis mataban el rato como podían junto a sus correspondientes Mercedes color crema. Al otro lado de la carretera, en una pequeña explanada, se acumulaban más de estos vehículos, esperando su turno para ocupar alguna de las plazas junto a la terminal. Los alrededores del Aeropuerto Ibn Battuta, a unos 11 km al suroeste de la ciudad, contrastaban con el moderado ajetreo que después se palparía en la ciudad.
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Antiguo cementerio musulmán junto a la medina |
"Al Hotel Continental, por favor". El taxista me miró con cara de disgusto. "...150 dirham. Hotel dentro medina, difícil llegar. Fuera media sólo 100, tarifa estándar, no problema". Para empezar había dado con uno de los pocos conductores de taxi legales de la ciudad, ya que efectivamente 100 dirham (1 euro equivale aproximadamente a 11 dirham, 10 para hacer las cuentas más sencillas) es la tarifa estándar oficial desde el aeropuerto hasta la ciudad, aunque por si cuela la cantidad pedida suele ser superior. Pero al parecer la localización del hotel, el único dentro de la medina, incomodaba al taxista, así que le pedí que me llevase nada más hasta el Zoco Grande, la plaza que sirve de conexión entre la ciudad medieval y el Tánger que creció extramuros en los siglos XIX y XX. A fin de cuentas, no podía ser muy difícil llegar andando desde allí.
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No todos los taxistas tienen tantos escrúpulos con la medina |
El trayecto duró unos 15 minutos. El terreno era árido y a los lados se iban viendo pueblos blancos de casas apiñadas, coronado cada uno de ellos por el minarete de su respectiva mezquita. Al final, el taxi se detuvo en el Zoco Grande, junto a la puerta monumental de entrada a la medina. La Bab-el-Fahs o puerta de Fez se llama así por ser el inicio del viejo camino a Fez y es una de las imágenes más típicas de Tánger. Pero el primer error fue entrar a la medina precisamente por ella. De haberlo hecho por Bab Dar Dbagh, la puerta de los curtidores, que es la siguiente caminando en dirección al mar, no habría tenido pérdida. Solamente se hubiera tratado de continuar todo el camino de frente, subiendo hacia arriba y siguiendo los grandes carteles colocados por el propio Hotel Continental. Pero el urbanismo de la medina no entiende de lógicas y pretender recorrer esa pequeña distancia por el interior era totalmente imposible.
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Bab-el-Fahs |
Casi por definición, las medinas de las ciudades marroquíes son espacios caóticos en su trazado. Las calles, por lo general estrechas, avanzan sin trayectoria definida y son poco más que el espacio que a duras penas fue quedando libre entre las viviendas que se iban levantando a ambos lados. Construir una nueva casa cerca de la de los progenitores al formar una familia o aprovechar los muros de dos edificios situados uno enfrente del otro era más importante que ir formando manzanas y barrios ordenados. No había reglas y el resultado es que para los forasteros se hace muy complicado transitarlas sin un acompañante experto. De ahí que hayan proliferado, sobre todo en las más grandes y turísticas como las de Fez y Marrakesh, este tipo de falsos guías que aprovechan la más mínima duda del viajero para echarle una mano primero y después ponérsela delante esperando una propina.
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Bab Dar Dbagh |
Sin embargo, en Tánger no existe agobio. Después de una media hora dando vueltas al final tuve que pedir indicaciones para poder llegar hasta el hotel. Solamente un espontáneo trató de hacerme de guía cuando ya estaba llegando y el portero se apresuró a ahuyentarle cuando me gritaba que me esperaría fuera del hotel para enseñarme la ciudad cuando saliera.
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Llegada al Hotel Continental |
El Hotel Continental, inaugurado en 1865, fue el primero de la ciudad y durante muchos años fue uno de los símbolos del Tánger internacional y glamuroso de la primera mitad del siglo XX. Los azulejos, fuentes y sofás de sus salones impresionan y merece la pena alojarse allí para sentirse como Churchill o Gaudí en sus tiempos. Después de atravesar un período de dejadez y casi abandono, en la actualidad una nueva dirección está intentando relanzarlo y parece que lo está consiguiendo, a precios asequibles. Aunque mi habitación, poco más grande que la propia cama y con algo de suciedad y hormigas, seguro que no tuvo nada que ver con la de Churchill, las vistas del puerto y de la medina desde la pequeña terraza, con mesa y sillas, lo compensaban con creces.
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La medina de Tánger desde la terraza de mi habitación |
El botones (algunas cosas nunca cambian) me llevó la mochila a la habitación y después de dejar el equipaje volví a salir para continuar mi toma de contacto con la ciudad. Caminaba sin rumbo y como no podía ser de otra manera a los diez minutos volvía a no saber dónde estaba. Al final me dejé guiar por los pasos de un chaval que se empeñaba en llevarme hasta la
Medina Pastor, un lugar en el que al parecer todo era
muto bonito. El chico tenía aprendidas todas las lecciones del buen "guía" marroquí: rodear para estar el máximo tiempo posible con el cliente (más o menos la cantidad que piden al final viene a ser por el tiempo que están contigo), que no falte la conversación ni un segundo y ser complaciente en todo lo posible. No obstante, se le notaba forzado y todo el rato, por falta de conocimientos o vocabulario, contaba las mismas cosas.
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Zona nueva de Tánger |
Después de deshacerme del chaval previa propina, ya en el Boulevard Pasteur, regresé a la medina, encontrándome de camino con lo que queda de lo que un día fue el Gran Teatro Cervantes, que aún hoy sigue siendo propiedad del Estado español. Inaugurado en 1913, durante la primera mitad del siglo XX fue el mayor teatro del norte de África. Los cerca de 60 000 españoles que llegaron a vivir en el Tánger internacional acudieron durante décadas para ver a las principales estrellas de la España de la época: Lola Flores, Antonio Machín o Enrico Caruso, entre otros. Cuando el Estado marroquí volvió a hacerse cargo de la ciudad en 1960, el teatro fue abandonado y así ha llegado hasta nuestros días. En 2007 el Gobierno español tuvo que invertir cerca de 100 000 euros en reformas, estrictamente para evitar su desplome, pero el interior continúa estando completamente en ruinas. La calle en que se encuentra sigue llamándose Esperanza Orellana, la mujer en cuyo homenaje fue construido el teatro por parte del burgués tangerino-español Manuel Peña.
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Calle Esperanza Orellana en Tánger |
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Gran Teatro Cervantes |
Aunque eran poco más de las seis de la tarde, para entonces ya estaba anocheciendo y decidí volver al hotel. Esta vez conociendo ya el camino no fue difícil y después de un rato me animé a volver a salir para dar una vuelta nocturna. En el Zoco Grande se me acercó un hombre que decía ser de la oficina de turismo de Tánger y que me ofrecía enseñarme un "mercado bereber" que sólo se celebraba los martes. Como tampoco tenía nada mejor que hacer acepté y terminé siguiéndole los pasos por toda la medina. "¿Y el mercado bereber?" "Sí, ya estamos llegando". Ahmed me daba todos los detalles que conocía acerca de la historia de Tánger en perfecto castellano, tapando los huecos cuando era necesario con datos inventados eso sí, pero con unos conocimientos que sin duda fueron interesantes. El recorrido incluyó la cena en un restaurante orientado a turistas, con una especie de menú degustación a precio desorbitado (para Marruecos) compuesto por harira (sopa), pastela (un exquisito pastel de pollo, almendras y canela) y un tajín de pollo un tanto pobre.
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El Puerto de Tánger desde el Hotel Continental |
Después de más de una hora, al final el mercado bereber resultó ser una tienda más de artesanía orientada a los turistas. Tuve que rechazar alfombras y chilabas mientras Ahmed se quedaba expectante en un rincón. Al ver que la suerte de por vida que me garantizaban los símbolos bereberes de las alfombras no me convencía, el propietario de la tienda me pidió que me fuese de malos modos y me replicó que a qué iba a Marruecos si no era a comprar. Finalmente Ahmed me acompañó de vuelta hasta al hotel, mientras ponía en valor su propia labor. "Para hacer esto hay que saber mucho, hay que hablar muchos idiomas y saber historia, geografía... Hay que ser amable para no intimidar y conocer muy bien la ciudad". En ese momento la excusa de la oficina de turismo ya había caído en el olvido y Ahmed intentaba maximizar el beneficio que iba a obtener. Aunque nadie le había pedido ningún tipo de servicio, la propina va implícita en las relaciones entre locales y extranjeros y más vale tener cambio para no tener que desprenderse de un billete demasiado alto.
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Tánger nocturno
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